Ilustración de un salón de clase iluminado rodeado de un remolino oscuro. Dentro del salón, una docente dibuja turbinas de viento y paneles solares en una pizarra blanca delante de estudiantes.

Jóvenes@TNC

Con mucho cuidado, el cambio climático se enseña en el aula

Equilibrando datos con tacto, hay docentes que buscan educar sobre el cambio climático de un modo que logre empoderar.

¿Cómo llevar el tema del cambio climático a una sala (o un Zoom) llena de estudiantes? Podrías empezar con el oso polar en peligro o tal vez con la Gran Barrera de Coral.

La elección de Jaime González es inevitable: la tormenta que dejó sin paredes a parte de su alumnado.

Wearing a hat and sunglasses, Jaime González kneels on a plot of soil on a green roof he is helping renovate. A highway overpass is visible in the background.
TERRAZA VERDE Jaime González, Director de Ciudades Saludables en Houston para The Nature Conservancy, ayuda a renovar una terraza verde en el Centro de Autorizaciones de la Ciudad de Houston.

«Empezaría literalmente con videos de cómo se rescataba a las personas del huracán Harvey», dice González, Director de Ciudades Saludables en Houston para The Nature Conservancy y educador medioambiental de larga trayectoria.

Una vez captada la atención de la clase, pasaría a explicar cómo el cambio climático hizo que la tormenta fuera más destructiva. En 2017, el huracán Harvey se intensificó rápidamente antes de reducir la velocidad y detenerse sobre el sudeste de Texas, reabastecer su humedad con las aguas cálidas del golfo de México y descargar más de 150 centímetros de lluvia durante tres días.

De los 125.000 millones de dólares en daños causados por Harvey, la comunidad científica determinó que el cambio climático fue responsable de entre 60.000 y 90.000 millones de dólares.

 Un hombre, una mujer y un perro están sentados en un bote de rescate mientras los socorristas están de pie con el agua hasta la cintura en las afueras de Houston durante el huracán Harvey.
RESCATE POR EL HURACÁN HARVEY Integrantes de la Comisión para la Conservación de la Fauna y la Pesca de Florida ayudan en el rescate de habitantes en Houston durante las inundaciones causadas por el huracán Harvey en agosto de 2017.

Lecciones ambientales para todos los grados

Nature Lab brinda recursos para familias y docentes

OBTENER RECURSOS

No todas las clases deben empezar con un desastre natural como Harvey. 

Pero aquí, en Houston, experimentar olas de calor y las peores inundaciones en 500 años se ha convertido en algo común. Él quiere que sepan que el lugar donde viven puede considerarse una zona de desastre. Después de todo, allí ocurrió un desastre.

Pero no es asustar al alumnado lo que quiere hacer González, un conservacionista dedicado a conectar a las personas con su mundo natural. Su deseo es darles herramientas para enfrentar el mundo que les espera y sean agentes de cambio.

 Hecho en cartulina de colores, un gran diagrama en una pared de un aula muestra un desierto, un bosque, un océano y una tundra, junto con información sobre procesos de química orgánica.
AULA DE BIOLOGÍA En la pared de un aula de biología de Greenwich, CT, un diagrama muestra procesos bioquímicos, fauna y contaminación en diferentes hábitats. Fomentar el amor y la curiosidad por la naturaleza en los primeros grados puede hacer que, más adelante, las clases sobre cambio climático tengan más impacto.

Los estándares educativos importan, y en cada estado son diferentes

El cambio climático es el desafío de nuestra vida, y nos preocupa la manera en que se le enseña a la próxima generación. La buena noticia es que, en su mayoría, madres, padres y docentes en los Estados Unidos respaldan la enseñanza del cambio climático.

Existen obstáculos, pero tienen menos que ver con la oposición por parte de las administraciones escolares o de las familias y más con problemáticas en torno a la capacidad.

En los Estados Unidos, los estándares estatales—metas en cuanto a lo que se tiene que saber sobre diferentes materias (como ciencia) en los diferentes grados—tienen un papel fundamental en cómo aparece el cambio climático en los salones de clase. Las escuelas públicas cubren los estándares estatales de ciencia en su programa de estudios, y son evaluadas a partir de los resultados de las pruebas estandarizadas.

La mayoría de los estados actualizan sus estándares cada cinco o diez años. Determinan autónomamente cómo abordar el cambio climático, lo cual lleva a una gran variación: apenas más de la mitad de los estándares estatales recibe una nota de B+ o superior por cómo cubren el cambio climático.

Incluso en los estados en los que los estándares carecen de lenguaje climático, escuelas y docentes lo están cubriendo. «Ayudamos al personal docente a entender dónde encaja todo esto en la jornada escolar», dice Kristi Hibler-Luton, Directora de Programas Escolares de EcoRise, una organización sin fines de lucro de educación ambiental que nació en Texas. El estándar no tiene que decir "cambio climático” para que hablemos de la calidad del aire, del aumento del nivel del mar o de la acidificación del océano».

 Una profesora ayuda a tres estudiantes, con mascarillas y distanciamiento social, con las tareas que están haciendo con sus computadoras portátiles en el aula.
AULA Una profesora de escuela secundaria en una clase con computadoras. Muchos recuerdan las clases como algo cargado de lectura y memorización, pero hoy muchas escuelas usan tecnología accesible y un programa de estudios basado en proyectos que alienta el pensamiento crítico.

Recursos confiables: lo que más se necesita

Sin importar el estado o el estándar, el cambio climático tiene más probabilidades de entrar en las clases si el personal docente 1) está seguro de su propia comprensión de la materia y 2) tiene recursos confiables.

Buena parte de quienes hoy enseñan no aprendieron sobre el cambio climático cuando eran estudiantes. Asistir a cursos de formación climática puede darles la base que necesitan, pero solo si pueden hacerse de tiempo entre la planificación de clases, otorgar calificaciones y la preparación de evaluaciones.

Enseñar durante la pandemia ha sido un enorme desafío, pero esta interrupción les ha permitido ampliar la forma y el lugar en que desarrollan sus clases.

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«Con el confinamiento por la covid-19, tuvimos que volcarnos a las clases digitales. Así, descubrimos un montón de recursos en línea», John Vellardito, profesor de ciencia en la escuela secundaria Greenwich de Connecticut.

Otra cosa que buscan son herramientas interactivas que puedan poner a disposición de la generación con mayor fluidez en internet. Usando visualizaciones de la NASA, Aimee Farnum hace que sus estudiantes revisen los datos por su cuenta.

«Los modelos computarizados realmente les vuelan la cabeza», dice Farnum, docente de ciencia en la misma escuela que Vellardito. «Nunca tuve un estudiante que haya terminado de revisar los datos y haya dicho “Bueno, esto todavía no se ha materializado”».

Muchas organizaciones están creando materiales educativos para el personal docente. Nature Lab de TNC está diseñado para cumplir las expectativas educativas de docentes y familias, a través de planes de clases, guías de enseñanza y excursiones virtuales.

«El currículo digital de Nature Lab puede ser una herramienta potente para ampliar el acceso a la naturaleza e inspirar a una nueva, diversa e informada generación de custodios», dice Ximena Marquez, Directora Asociada del Programa para la Participación de la Juventud de TNC.

Animación de una excursión

Recursos educativos de Nature Lab

En la plataforma de planes de estudio para la juventud de The Nature Conservancy, encuentras excursiones virtuales, guías de enseñanza y mucho más.

Enseñar sobre la naturaleza antes de abordar el cambio climático

En nuestro afán por encender una chispa en la juventud, hay que tener cuidado de apagar la llama sin querer. Ante la urgencia de saltar de una noticia a otra, uno de los aspectos más importantes de una educación climática eficaz es controlarse y reflexionar.

Si enseñamos bien el cambio climático, la juventud valorará la naturaleza, se volverá cívicamente comprometida y estará empoderada para liderar los cambios que nuestro planeta necesita urgentemente.

Pero si empezamos demasiado temprano o nos enfocamos demasiado en los impactos catastróficos, podríamos debilitar y traumatizar a toda una generación de potenciales paladines del planeta.

 Una gruesa capa de altos pastos de la pradera se elevan en el techo de una escuela secundaria mientras un grupo de estudiantes trabajan con herramientas de jardinería.
PRADERA EN EL CIELO Una clase de ciencia de la vida silvestre mantiene una pradera en una terraza verde en la escuela secundaria Carnegie Vanguard en Houston. Hubo un tiempo en que la pradera costera cubría el área de Houston y buena parte de Texas.

Lo más importante que podemos hacer es sentar cimientos de amor por la naturaleza.

«Realmente necesitamos engendrar un amor por la naturaleza en los primeros grados», dice Jaime González de TNC. «A esa edad, si no tienen las herramientas para hallar soluciones, terminan sintiendo que el ambiente es un problema, un lugar de dolor y tristeza que hay que evitar».

Algo se pierde cuando los estudiantes más jóvenes pasan menos tiempo disfrutando las maravillas de la naturaleza y más enfocados en los problemas ambientales.

Vellardito piensa que sus estudiantes de noveno grado tendrían una conexión más significativa con los impactos climáticos si en la escuela intermedia tuvieran más tiempo para enamorarse de plantas y animales. ¿Por qué le importaría el blanqueo de los corales a alguien que no los conoce ni los quiere?

Quote: Aimee Farnum

Sería mala práctica enseñar el cambio climático sin enseñar la idea de que ya conocemos las soluciones.

Profesora de ciencia, Greenwich, CT

Cómo se puede convertir la ansiedad ecológica en liderazgo climático 

Farnum quería saber cómo sus 70 estudiantes se sentían sobre el cambio climático, así que les preguntó. Aún no había cubierto ese tema en sus clases. El resultado la dejó estupefacta.

«De 70 estudiantes, solo seis dijeron que no sentían nada de ansiedad», dice Farnum. «Y dijeron que no sentían ansiedad porque no sabían lo suficiente como para sentirse así. Así que hay inquietud». Farnum y sus colegas están de acuerdo en que las clases sobre el clima deberían guiarse con soluciones y estar orientadas a la acción.

Una razón es la salud mental. Si la ansiedad sobre un futuro incierto no fuera suficiente, hay otros factores de estrés por todas partes, desde redes sociales hasta pandemias.

Vellardito tiene mucho cuidado cuando habla de las amenazas personales del cambio climático porque los niveles de estrés estudiantil han subido constantemente a lo largo de sus 20 años de profesión.

La otra razón para liderar con soluciones: la posibilidad de que se rindan o se inclinen a la desinformación.

La educadora ambiental de la ciudad de Washington, Aleah Myers, ve menos ansiedad ecológica y más una «mezcla de apatía—sentimiento de que los individuos no pueden marcar la diferencia—y frustración/enfado sobre el carácter sistémico de la problemática».

 Una pancarta de tela blanca con el dibujo de un globo terráqueo dice: «El futuro del mundo está en este salón de clase».
PANCARTA ESCOLAR Una pancarta dice «El futuro del mundo está en este salón de clase» en la escuela secundaria Greenwich.

«Es un tema cognitivo grande como para superar a cualquier edad», dice González.  «Porque, si realmente piensas que el calentamiento está asentado por 30 años, es como decirle a alguien “no vas a tener buena salud por los próximos 10 años”. Es muy desmotivador, ¿no?».

«Sería mala praxis enseñar el cambio climático sin enseñar la idea de que ya conocemos las soluciones», dice Farnum. «Para gran parte del alumnado es un alivio que no tengamos que inventar nada, solo necesitamos apreciar que los árboles secuestran carbono, que el suelo secuestra carbono, y solo tenemos que administrarlo mejor».

Eso no significa que el optimismo reina todos los días en el plantel docente. «Simplemente, trato de demostrar entusiasmo, aunque no lo sienta en ese momento», dice Farnum.

Sus estudiantes, a través de sus acciones, le dan esperanza. En la escuela secundaria donde ella y Vellardito enseñan, el club ambiental ha crecido a 120 estudiantes, cuando lo típico es 25. Y más estudiantes van a estudiar carreras ambientales en la universidad.

«Nuestro estudiantado, sin importar qué dirección tomen luego de la escuela», continúa Farnum, «estarán mejor que quienes actualmente están a cargo de tomar las decisiones».

 Un aula de una escuela secundaria está llena de carteles educativos, una larga pizarra blanca y escritorios con tomas eléctricas.
SALÓN DE CLASE DE CIENCIA Un aula de ciencia en la escuela secundaria Greenwich, donde enseñan Aimee Farnum y John Vellardito. Cada estudiante en la escuela tiene acceso a una laptop. La pandemia de covid-19 ha llevado a que más distritos escolares dieran una computadora a cada estudiante.

La inequidad educativa amenaza el progreso en torno al clima

Es difícil hablar de las escuelas estadounidenses, especialmente las escuelas públicas, sin reconocer las desigualdades presentes en el sistema educativo. Esta desigualdad hace que la educación climática sea despareja.

Dentro del salón de clase de Aimee Farnum, sus estudiantes están teniendo momentos reveladores al bucear a través de capas y visualizaciones de datos climáticos. Esta parte importante de su clase es posible por la tecnología a la que no todas las escuelas públicas tienen acceso igualitario.

«Nuestra escuela es afortunada: tenemos una computadora para cada estudiante —reconoce Farnum—y hay Wi-Fi. Algunas escuelas no tienen banda ancha».

Y, como señala Jaime González, hay disparidades evidentes incluso antes de cruzar la puerta de entrada. Los campus en comunidades de bajos recursos suelen tener menos árboles y hábitat que las escuelas públicas de distritos más pudientes y las escuelas privadas.

Las diferencias en los campus con frecuencia magnifican las discrepancias en el acceso a la naturaleza en los vecindarios atendidos por esas escuelas.

 Un edificio rectangular metálico y casi sin ventanas está rodeado por un área de aparcamiento de asfalto, un día soleado de Houston. El edificio es una escuela secundaria.
ISLA DE CALOR Una escuela en Houston está rodeada de cemento y asfalto. En los vecindarios dominados por el asalto, la temperatura en superficie se eleva a niveles insalubres.

Especialmente en zonas llenas de concreto, los campus escolares atienden una necesidad crítica creando hábitat para que las personas aprendan y disfruten. Los espacios exteriores bien pensados son vitales porque contribuyen a reducir el estrés, mejorar la salud física y aumentar el desempeño académico.

Si no mejoramos el acceso a la naturaleza en comunidades que la necesitan, corremos el riesgo de entorpecer incontables innovaciones y acciones climáticas antes de que puedan surgir.

«Si tienes acceso a la naturaleza todos los días y una persona adulta te muestra el amor a la naturaleza, vamos a tener a alguien que ama la naturaleza, que la va a defender y va a votar por ella», dice González. «Si no, sus prioridades serán otras».

Quote: Jaime González

Tenemos que oír lo que dicen. Porque, francamente, si tuviéramos todas las respuestas, ya lo habríamos hecho [resolver el cambio climático].

Director de Ciudades Saludables en Houston para The Nature Conservancy

El saber sobre el cambio climático puede provenir de cualquiera 

Aunque docentes, madres y padres tarden en admitirlo, la dinámica de enseñanza entre padres y estudiantes ha sido un intercambio de ambas partes, tanto en la escuela como en el hogar.

Las generaciones anteriores no han logrado disminuir las fuerzas que están causando el cambio climático, pero las futuras generaciones no pueden fallar. Entonces, mientras que las generaciones más jóvenes están aprendiendo, a las generaciones mayores les haría bien desaprender.

Es hora de tener humildad, empatía y flexibilidad. Esta nueva generación está creciendo con una base en pensamiento sistémico, fluidez y vínculo íntimo con la tecnología y un sentido de la urgencia con el que parecen haber nacido.

Lo mejor—y lo menos—que podemos hacer es escuchar.

«Tenemos que oír lo que dicen», afirma González, quien tiene un hijo de siete años. «Porque, francamente, si tuviéramos todas las respuestas, ya lo habríamos hecho».

«No importa qué boca la pronuncia», continúa González. «Sabiduría es sabiduría».

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